Las prácticas de manipulación del clima o geoingeniería son una realidad que viene desarrollándose hace varios años, con graves consecuencias para nuestra salud y el medioambiente.

Es un conjunto de técnicas que propone la alteración artificial del clima, consistente en la dispersión de químicos en la atmósfera y en los océanos a través de aeronaves y otros dispositivos, con el supuesto objetivo de «combatir el cambio climático». Extraoficialmente, involucra también nanotecnología, material biológico y tecnologías electromagnéticas como los calentadores ionosféricos.

La Geoingeniería altera los ciclos hidrológicos naturales, induciendo sequía, inundaciones y granizo. A esto se suman los químicos que afectan a toda la red biológica, impactando en la salud, la producción de alimentos, la calidad del agua y el equilibrio del planeta.

Vivimos una guerra climática silenciosa. Quienes posean estas tecnologías pueden, mediante el clima, controlar la economía de un país y la salud de sus habitantes. El documento “Poseyendo el Clima para 2025”, presentado en 1996 por oficiales de la Fuerza Aérea de EE.UU, alude a estas cuestiones.

Gobiernos y corporaciones reconocen abiertamente la dispersión de yoduro de plata, altamente tóxico para el medioambiente y la salud humana, como herramienta de control climática.

Distintos programas de manipulación climática vienen ejecutándose en forma encubierta desde hace aproximadamente un siglo, intensificándose hasta la guerra de Vietnam con la llamada “Operación Popeye”. En 1972 dicha operación tomó status público al filtrarse la información al New York Times y fue detenida por la presión pública.

Su prohibición con fines bélicos y hostiles fue ratificada en el tratado ENMOD, firmado por 70 países en la asamblea general de la ONU en 1976. Sin embargo, su investigación y desarrollo continuó a lo largo de las siguientes décadas con numerosas patentes. La Welsbach (1991), una de las más conocidas, propone dispersión de metales para combatir el cambio climático.

No. Ningún organismo está investigando, denunciando ni aplicando sanciones a las corporaciones que aplican clandestinamente técnicas de geoingeniería.

En el ámbito científico oficial reconocen la existencia de la «Gestión de la Radiación Solar» (SRM) y la «Inyección Estratosférica de Aerosoles» (SAI), pero argumentan que se trata sólo de «modelos teóricos y simulaciones» negando las dispersiones clandestinas de químicos sobre la población civil.
A menudo se afirma que las líneas blancas que persisten por horas en el cielo son “estelas de condensación de vapor de agua” o contrails. La realidades que estos contrails se dispersan en cuestión de segundos y se forman en condiciones climáticas muy específicas.

Investigadores independientes en distintas partes del mundo, como Dane Wigington en EE.UU o Josefina Fraile en España, denuncian estos programas globales clandestinos desde hace décadas. Análisis de suelo y agua han revelado altos niveles de aluminio, bario, estroncio, titanio y otros químicos peligrosos, en ocasiones superiores a 10.000 veces valores normales. Los funcionarios a quienes se les ha pedido una explicación hacen oídos sordos.

Posiblemente la Geoingeniería sea la mayor causante del cambio climático que percibimos en los últimos años. Cierto sector científico propone, irónicamente, el uso de Geoingeniería para combatirlo, por ejemplo tapando el sol y arrojando grandes cantidades de tóxicos a la atmósfera o al océano.
Proponer la causa del problema como solución es una forma de blanquear estas operaciones clandestinas y legitimar su continuidad frente a la opinión pública.

Estos años serán desastrosos para la producción de alimentos en Argentina, debido en gran medida a sequías inducidas artificialmente. Mirar para otro lado ya no es opción.

Visibilizar la geoingeniería es vital: investigar, comentar lo que sucede, vincularse con otros. Unirnos y pensar estrategias de impacto en la sociedad que obliguen a los implicados a hablar, responsabilizarse y rendir cuentas por sus acciones.

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